8 de marzo de 2017

Gustos culpables.



Definitivamente tú eras uno de ellos.


El otro día, mientras comía con una vieja amiga y su esposo, me puse a recordarte, aquella aventura fue algo que merece la pena recordar. Estábamos en universidad, en carreras diferentes pero me llamabas mucho la atención, y a quien no, realmente tenías un físico espectacular, eras popular, la clase de chico que tiene prospectos de sobra, pero en fin, me gustabas.


Un día se cumplió mi sueño ese que tanto deseaba; el tenerte. Sucedió en el verano mientras partíamos a un macro evento que juntaba varias carreras en un viaje a puerto del sol, el pretexto educativo fueron las pláticas ministeriales para la carrera y las conferencias con eminencias de la arquitectura histórica, por otro lado los alumnos sabíamos que era para ir de parranda y disfrutar.

Fuimos todos y no te perdí de vista, por supuesto te veías fantástico y yo lamentaba que tuvieras a tu novia tan cerca, pero en mi momento de juventud sentía que la moral podía ser relajada. El segundo día tuve mi oportunidad, pasada la conferencia tu novia se fue a comer con sus amigas, al parecer te había hecho un drama por alguna tontería, así que a ti te apetecía distraerte, escuche a hurtadillas que ibas a salir a comer por la tarde y que pasarías el día en tu cuarto de hotel, aproveche para colarme en el ascensor contigo, de vista me conocías, así que sonreíste al verme en señal de saludo.

Yo no perdí el tiempo, a lo que iba, me gustas te dije, me miraste con algo de sorpresa y placer, estabas acostumbrado a los halagos, eres muy amable dijiste, quieres tener sexo conmigo, pregunte, realmente necesitaba saberlo, abriste los ojos aún más sorprendido, no sé qué decir, respondiste, no ocupe más, sabía que debía aprovechar, te bese intenso, me encanto que no te resististe, sabias a menta, eras poco más alto que yo, así que no tuve que esforzarme demasiado para tener tu cuerpo junto al mío y abrazarte con pasión.
¡Vaya!, la moral entonces sí que era algo opcional para mí, pensé mientras veía a mi amiga tomar vino, seguí recordando como empezamos con un intenso beso aquel encuentro, eras tan glorioso como yo había imaginado, o quizá era que se cumplía mi fantasía y por lo tanto era yo lo que deseaba.


Me manoseaste sin piedad recorriendo mi cuerpo como si lo conocieras, mordiste mis labios de forma provocativa y la respiración agitada, llegamos a tu piso y salimos aun medio enredados en aquella pasión repentina, no parecía preocuparte si alguien nos veía, nos metimos pronto en tu cuarto, estaba solo para fortuna, nos comenzamos a quitar la ropa, tu cuerpo era todo lo que yo había imaginado, piel morena, marcado por el ejercicio de tres años siendo jugador estrella del equipo de atletismo; olías rico, algo parecido a la madera y al coco, te deseaba tanto, ni palabras decíamos, no sabía que era tan fácil seducirte lo habría intentado antes, tus besos me sabían a gloria, tus caricias a placer…



Rápidamente nos tiramos en un sofá grande, tu arriba de mí, se notaba que así era como te gustaba hacer las cosas, disfrutaste de recorrer mis pechos que eran pequeños en aquel tiempo, pero no pareció importarte, era tanta la energía de entonces, que nos arrancábamos la ropa mientras nos besábamos dejándonos sin aliento. Mire tus ojos color avellana, segura de saber que era lo que querías, te limitaste a bajar por mi vientre besándome, avisándome lo que deseabas hacer, yo ardía en deseos, levante las caderas en señal de sumisión.

Lamiste mis partes como un experto, se notaba que era algo habitual en ti, no me importo en el momento saber a cuantas habías hecho lo mismo… todo era placer en ese momento, era deseo que se desbordaba. Comencé a sentir el corazón acelerado sabía lo que venía en camino, te dije que continuaras, así lo hiciste, vaya oral; pensé mientras el mesero traía la comida.

Nunca había experimentado algo como lo que me hiciste, sentí como perdía el control de mí, como gemía tan deliciosamente, como sudaba como nunca… y justo al llegar al clímax una nueva sensación me invadió, abrí los ojos y te vi, tu cara no estaba entre mis piernas, ahora estabas dentro de mí, sentí como mis partes se apretaban a las tuyas, no me puse a averiguar en ese momento si te habías puesto protección, quería más de ti.

Comenzaste a embestirme con ganas, con energía de juventud… el recuerdo me hizo mirar mi plato y cerrar las piernas. Me cogiste con ganas, como si tú también me hubieras deseado por meses, eras muy fuerte, así que yo sentía que seguramente no podría caminar bien o sentarme al día siguiente, pero aquello era lo de menos, ver tu cuerpo desnudo que exquisitez. Tenías algunos lunares en el pecho que yo lamí. Comenzaste a perder el control, yo quería que tú también tuvieras placer, así que te anime a seguir y comencé a mover las caderas a tu ritmo, tu cara de orgasmo era como la de un actor porno profesional, pensé mientras comenzaba a comer y mi amiga me ponía al día sobre sus hijos recién nacidos, y mientras yo fingía poner atención volvía en mi mente a aquel momento en el que te venias en mí y tu forma tan deliciosa de gemir hasta el final con los ojos muy abiertos mirándome…


Me moje los labios y regrese al presente pues debía seguirle el hilo a la conversación, mi amiga comento que me veía distraída, le dije que no pasaba nada y aproveche a ver a su marido, el parecía levemente incomodo, pero aun así, sostuvo mi mirada y sonreí al recordar aquella noche que estuvo sobre mí en el verano.

Era un gusto culpable, quien lo diría que él se casaría con aquella novia berrinchuda y que aquella novia berrinchuda un día trabajaría conmigo y seriamos mejores amigas, nunca le conté lo sucedido por supuesto, pero ver a su esposo siempre era un placer, comprobé que él tampoco había comentado nada de aquel fugaz encuentro de juventud.



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